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Así pues, el Estado de Israel fue fruto de un expolio. Eso no da medida de excepcionalidad porque una buena parte de los Estados del mundo tienen el mismo origen. Lo excepcional es que eso se produzca en nuestros días y basándose en una ideología (en el sentido de “falsa conciencia”) tan vacía de contenidos. Lo excepcional del Estado de Israel es la reclamación de su excepcionalidad.

En 1996 se publicó en España (Crítica, Barcelona) el monumental libro de Benzion Netanyahu (el padre de Binyamin) Los orígenes de la Inquisición española, cuya conclusión es que los judíos siempre estarán perseguidos.

Hoy en día, cuando el antisemitismo es residual y en Occidente es más peligroso ser rumano, magrebí, turco o subsahariano, es llegado para Israel el momento de salir del infernal círculo vicioso de resentimiento y victimismo para impedir que la repugnancia que inspiran sus prácticas hacia los palestinos se transformen en un odio renovado e injusto hacia todos los judíos.

Es el momento de saber que israelíes y palestinos comparten el mismo territorio, con demasiada historia, real o sagrada, a sus espaldas.

Es el momento de seguir el consejo de Gide en su Los alimentos terrestres: «No aceptes. Desde el día que comprendas que el responsable de casi todos los males de la vida no es Dios, sino los hombres, no tomarás más el partido de esos males. No sacrifiques a los ídolos».

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