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Una de las excepciones de Israel es la existencia de potentes mitos de legitimación al lado de los fundacionales: El Estado judío, la obra fundacional de Herzl; las migraciones o aliya; la primera victoria del “David” israelí frente al “Goliat” árabe o el “milagroso” abandono de sus tierras por parte de la población palestina.

El acuerdo de la ONU de 1948 es una decisión jurídica de escaso valor mitificador, aunque ha sufrido manipulaciones por parte israelí para acomodarla a su voluntad expansionista. De tales mitos de legitimación, o de algunos de ellos, se tratará a continuación.

Es preciso decir que esos mitos sólo parcialmente se integran en el corpus de la teoría sionista, que, en esencia, es una teoría nacionalista con fuertes componentes volkisch, propios de la tradición alemana, y  elementos de los «nacionalismos antiliberales de la Europa central y oriental» (Sternhell). Estos mitos, cuya fuerza procede de su apelación a los sentimientos, se encuentran en la periferia de la teoría pero posiblemente sean más eficaces que ésta, tanto de cara al interior como al exterior de Israel.

Primer mito: el origen bíblico

Curiosamente, la idea de que la Biblia da un título de propiedad a los judíos sobre Palestina no es judía: procede de la tradición protestante y está relacionada con la exégesis bíblica a partir de la libre interpretación del libro sagrado; aparentemente, el primer texto que invita a la creación de un Estado judío en Palestina es Apocalypsis Apocalypseos  (1585), del sacerdorte Thomas Brightman; esta idea tuvo fortuna durante las revoluciones puritanas, y Cromwell era partidario de ella. Con el dispensacionalismo del siglo XIX, el regreso de los judíos a “Tierra Santa” se inscribió en un proceso históricamente necesario para llegar a la segunda venida de Cristo y el fin de los tiempos.

La Declaración Balfour (1917), por la que el ministro de Asuntos Exteriores británico de dicho nombre comunicaba a Walter Rothschild su opinión favorable a la creación de un “hogar nacional judío”, es heredera de esas corrientes de opinión. De hecho, el libro de Herlz no cita Palestina como meta nacional.

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